
Autor: Cristián Conen (*)
Es una tarde de domingo en la cancha de fútbol. El deseo de triunfo, la pasión deportiva, el pasto verde, el sol, el colorido de banderas y aficionados, hacen que Juan comience a vivir el espíritu de fiesta del deporte y se olvide de aquel tema que tanto le preocupa: al igual que su esposa quiere mucho a sus hijos, pero la responsabilidad de educarlos le agobia y muchas veces las dificultades lo superan; entonces, a su sentimiento de impotencia se suman la tristeza y la bronca.
La clave para disfrutar un deporte de competición como el fútbol, es que el mismo tenga un objetivo a alcanzar —en este caso, el gol—; un margen de libertad para lograr la meta —el juego debe ofrecer distintas posibilidades que serán aprovechadas en mayor o menor medida gracias al conocimiento, la preparación y la acción de los jugadores—; y obstáculos —es decir, un equipo adversario, ya que sería aburrido hacer goles sin que nadie trate de evitarlo—. Por eso, camino a casa de regreso de la cancha, Juan reflexiona: la responsabilidad de educar, si bien exige esfuerzo, puede ser una tarea apasionante y disfrutarse si se encara con espìritu deportivo.
En este sentido, en la educación como en el deporte, hay que plantearse objetivos. En primer lugar, el de ejercer realmente de padre o de madre ya que el hijo necesita de la complementariedad de sus modos diversos de calidez afectiva y autoridad. Autoridad es exigencia y exigencia es ayudar a crecer.
Luego, en palabras de Daniel Diez (1), los objetivos en la educación deben ser metas claras acerca de ¿qué exigir? No poco en muchas cosas sino mucho en pocas cosas, las que se relacionan con la preparación de los hijos para la vida feliz o vida buena (vida orientada al amor) que no debe confundirse con la buena vida (vida orientada al placer como valor máximo); ¿cómo exigir? Desigualmente, teniendo en cuenta el carácter y la personalidad de cada hijo, su sexo, su edad y sus circunstancias familiares y sociales; y ¿para qué exigir?
Para encauzarlos o guiarlos en el camino de la búsqueda del pleno desarrollo como persona; como esposos y padres; como profesionales o trabajadores; y por qué no, también en la búsqueda de la prosperidad económica en tanto no sea a costa de los anteriores.
En segundo lugar, hay que conocer y prepararse para actuar libremente y con astucia en el marco de un reglamento básico.
Efectivamente, en educación como en el fútbol hay pocas, pero ciertamente claras, reglas generales. He aquí algunas:
1) Autoridad y ternura: la educación óptima es una adecuada combinación de exigencia y calidez afectiva adaptada a la edad del hijo y a su personalidad y caracterología.
2) No pretender empujar a los hijos a los valores sino atraerlos a ellos desde la vivencia personal de esos valores. Los hijos necesitan modelos, puntos de referencia. Ellos ven cómo viven sus padres; perciben lo que les es valioso, a través de lo que les alegra o los entristece o del tiempo y atención que les dedican. No se puede enseñar lo que no se vive. Por eso, en la forma como viven los padres educan o deseducan.
3) Para educar hay que ser objetivos, no subjetivos, es decir, no proyectar en los hijos lo que los padres hubieran querido ser, hacer o tener, sino ayudarles a crecer desde lo propio de cada uno de ellos.
4) En la educación es más efectivo primar el estímulo sobre las penitencia. La motivación es un motivo que mueve a la acción y es evidente que la perspectiva de un bien (premio) estimula más que la previsión de un mal (penitencia) especialmente en hijos adolescentes.
4) La comunicación es el termómetro de la calidad de una relación: si se desea la comunicación de parte del hijo los padres deben dar el primer paso. Intimar, dar a conocer a sus hijos sentimientos y pensamientos para que ellos también les abran su intimidad. La comunicación lleva a la comprensión preguntándoles, escuchándolos, para procurar entender la razón de sus conductas y opiniones; y presupone el respeto a la libertad de cada hijo, dándoles la información adecuada, conforme a la edad, para que siendo ellos conscientes de los posibles efectos de sus actos sean responsables de sus decisiones.
Finalmente, en la educación como en el deporte, hay que aprender a desdramatizar los obstáculos o dificultades, y a afrontarlos como desafíos a vencer. Como en el partido, para educar hay que estar dispuesto a pasar malos ratos y a sufrir . Los padres deben convencerse de que los “no”, los “límites”, las “penitencias” son un bien para los hijos, aunque los ojos llorosos de ellos los conmuevan y los tienten a “dejar pasar” lo que merece una corrección de su parte.
PUBLICADO POR "EL DIARIO DE PARANA"
TOMADO DE fen.org.ar